Creo que fue Ernest Hemingway quien solía decir que, cada vez que iba a los toros, Miguel Primo de Rivera solía pedir que le envolvieran los testículos de las reses más bravas. «Los tomaba de desayuno», escribió.
En julio de 2004, bastantes meses después del desastre de El Anual, el dictador viajó al Marruecos español a reunirse con sus compañeros de armas. El 24 visitó los acuartelamientos del Tercio de La Legión en Ben Trieb y se encontró con una sorpresa.
Según cuenta David Woolman en su libro Rebels in the Rif, el banquete de despedida que le ofrecieron los militares africanistas estaba compuesto por diversos platos de huevos. Era la única forma de echar en cara al jefe del Directorio Militar el abandono en que se encontraba el otrora glorioso ejército de Hernán Cortes, Francisco Pizarro y de los Tercios de Flandes sin que se les abriera un proceso por insubordinación.
Cierta o no la anécdota, la falta de medios y la deficiente preparación de los oficiales descendientes de aquellos memorables tercios del Gran Capitán o del Duque de Alba tuvo trágicas consecuencias. Por primera vez en la reciente historia, un ejército regular europeo fue derrotado en El Rif por una cuadrilla forajidos dirigidos por Abd El Krim primero en El Anual (20.000 muertos) y más tarde en Chaouen (otras 18.000 víctimas).
Salvando las distancias, algo parecido ocurre en estos días en Vascongadas. José Luis Rodríguez Zapatero, el peor presidente del Gobierno de la historia de España, no sólo ha legitimado y ha reconocido como los verdaderos interlocutores de aquella tierra apartada a una banda de pistoleros sino que está a punto de mancharse las manos de sangre y firmar la más ignominiosa y oprobiosa derrota del Reino de España del siglo XXI.
La declaración de ETA de ayer a la BBC, anunciando el «cese de las hostilidades» con la nación española, y la cautela y el silencio con el que el Gobierno acogió el comunicado así parecen evidenciarlo. Si pudiera dejarse al margen la perversión y la indignidad que supone ver al máximo responsable político de la octava potencia industrial del mundo bajándose los pantalones ante una cuadrilla de mafiosos mucho más insignificantes que los rifeños de Abd El Krim, el asunto parecería más una astracanada de la «la guerra de Gila». Desgraciadamente, para vergüenza de la clase política que nos representa, es un asunto con consecuencias mucho más graves al estar en juego la integridad de la nación española.
ETA JAMAS HA PUESTO EN PELIGRO LA SUPERVIVENCIA DEL ESTADO ESPAÑOL PERO EL NACIONALISMO VASCO NOS HA HECHO CREER A TODOS QUE ERA INVENCIBLE
De ahí que aunque parezca obvio sea necesario recordarlo. ETA no puede declarar alto el fuego alguno porque desde 1939 España no ha estado en guerra con nadie. Mucho menos con un puñado de individuos radicalizados y esquizofrénicos que hoy no llegan al medio centenar, aislados, controlados y sin capacidad de movimientos, que pretenden imponer por la vía del chantaje la independencia del País Vasco, del viejo Reino de Navarra y las tres provincias vasco-francesas de la demarcación de los Pirineos Atlánticos, para crear la Euskal Herria o el Zapiat Bat (siete en uno) de otro locoide llamado Sabino Arana.
A más abundamiento, y no me canso de repetirlo, carece de sentido que los terroristas vascos, el brazo armado del PNV desde 1961, planteen una tregua sin haber tenido jamás la capacidad de derrotar ni militar ni policialmente al Estado. Y no es porque no lo intentaran. En 1967, con Xabier Zumalde El Cabra, trataron de implantar la guerrilla rural en el Valle del Atxarte, al estilo de Sierra Maestra y fracasaron. En 1973, con José Miguel Beñarán Ordeñana Argala, y el asesinato del almirante Luis Carrero Blanco, quisieron imponer la guerrilla urbana al estilo de Tupamaros y Montoneros, y perdieron también la batalla. Años más tarde, los intentos de su entorno político de implantar la Huelga General Revolucionaria en las tres provincias vascas, con las llamadas Marchas por la Libertad de 1977-78 para tomar el Palacio de Invierno a comienzos de la Transición se saldó, por tercera vez, con una nueva derrota.
Eso es así y no de otra manera. A partir de 1975, la banda terrorista era ya consciente de que no podía vencer al estado español ni derrotarte en el campo de Agramante, porque nunca existió tal campo del honor sino asesinatos a sangre fría y tiros por la espalda, como, salvando las distancias ideológicas, tampoco pudieron hacerlo los carlistas en el siglo XIX. Y se busco una nueva estrategia de guerra revolucionaria, la de «matar para negociar». Ese objetivo y no otro tuvieron la puesta en marcha de la Alternativa KAS (1975) y la Alternativa Democrática (1996) para doblegar a los políticos españoles haciendo creer a estos, además, con la ayuda del PNV, el mito del «empate infinito».
ESPAÑA ES DE LAS POCAS NACIONES DEL MUNDO A LA QUE LOS BANDOLEROS LE GANAN BATALLAS. PRIMERO FUE ABD EL KRIM, LUEGO AL QAEDA DEL MAGREB Y AHORA LOS CACHORROS DEL PNV
Según esta absurda teoría alimentada mil veces por la Prensa de Vascongadas y Madrid, con Pedro J. Ramírez a la cabeza, unos delincuentes comunes ─que nunca pasaron de un par de cientos ─ y un estado democrático y soberano, que ha ejercido y ejerce en todo momento y sin titubeo alguno el monopolio total y absoluto de la violencia, habían llegado a un grado de enfrentamiento militar tal que ninguno de los dos podía derrotar al otro. Para buscar una salida al «empate infinito» y al llamado «conflicto vasco» los «generales» de los dos bandos estaban obligados a buscar vías diplomáticas, políticas y hasta parlamentarias y firmar un armisticio entregando la soberanía de Vascongadas y Navarra a los nacionalistas.
De modo y manera que, desde 1975 hasta 2004, ETA se convierte en el único movimiento de liberación nacional del mundo que, en lugar de tratar de acabar con la «opresión» y la «tiranía» españolas en «su» país, tiene a su principal «fuerza de choque» ─ el Comando Madrid─ asesinando fuera de su territorio con el fin de forzar una negociación. Todo un esperpento.
Pero tanto insistieron en su «infernal dinámica» que, después de varias tentativas fracasadas, acabaron encontrado un pardillo que les compró la mercancía cuando los terroristas estaban a punto de arriar sus estandartes. Convencido de que poniéndose de rodillas ante ETA y autoproclamándose en el «pacificador de Euskadi», por mal que le fueran las cosas al menos podría arrebatarle la bandera de la «paz» al PNV y colocar en la lehendakaritza a uno de los suyos ─ Patxi López─ José Luis Rodríguez Zapatero no dudó en subirse en el carro de la traición, la afrenta al Estado y de la derrota de la nación española, burlando a unos y a otros y consiguiendo, con la ayuda de los pipiolos del PP vasco, una de sus metas: llevar al PSOE a las instituciones en las Vascongadas sin amenazar el feudo del PNV, al que se entregó las diputaciones forales y las juntas generales.
La cercanía de las elecciones autonómicas vascas le ha llevado a ensayar de nuevo la jugada esta vez en un doble tablero: ofreciéndole el País Vasco en Madrid al PNV (autoproclamados los verdaderos amos del caserío) con el objetivo de aprobar los Presupuestos Generales del Estado y negociando, al mismo tiempo, con ETA y sus mediadores internacionales la creación de un estado independiente, socialista y euskaldún, una especie de Albania o Kosovo del siglo XXI en el corazón de la Unión Europea.
LOS TERRORISTAS VASCOS, AL IGUAL QUE EL CID CAMPEADOR, VAN A GANAR UNA BATALLA DESPUÉS DE MUERTOS AMPARADOS EN LA COBARDIA DE ZAPATERO
Como a los terroristas, al igual que a los toros bravos, se les puede engañar una vez pero no dos, por mucho que pretenda disimularlo el presidente del Gobierno está cogido en su propio laberinto, sin posibilidad de escapatoria. Amparado en una sociedad amorfa, claudicante, resignada, carente de valores y dispuesta a sacrificar cualquier principio con tal de mantener su maltrecho y cada vez más menguado bienestar, pedirle a un individuo que ha hecho de la pusilanimidad, la dejación y cobardía las divisas de sus dos mandatos; pedirle, repito, ahora que tenga no ya los c… y la audacia necesarias sino el sentido común y el elemental pudor democrático de exigir la rendición incondicional y sin contrapartidas de los terroristas es tanto como esperar que aprenda a vivir fuera de la pocilga en que ha convertido muchas de las instituciones del Estado.
En medio de la postración y la melancolía cada vez más generalizada, el único consuelo que les queda a muchos españoles es que jamás ocupará un lugar en la historia ni podrá escribirse de él aquello de «no tenemos tiempo para ser complacientes, tímidos o dubitativos. Es la hora del valor y de la acción. De los líderes fuertes capaces de defender a la nación y de transformar los sueños en fecundas realidades». El autor de la frase, John Kennedy, murió joven pero fue un gran dignatario. Zapatero no es ni la vaga y difusa silueta del trigésimo quinto presidente de Estados Unidos.
No le llega siquiera a la suela de los zapatos de Abdelaziz Buteflika, el presidente de Argelia, o de Mulay Uld Mohamed Laghdaf, primer mandatario de Mauritania (un país de 3 millones de habitantes), quienes acaban de recriminarle que haya pagado a los terroristas de Al Qaeda del Magreb para salvar a dos cooperantes catalanes, incrementando exponencialmente las posibilidades de crecimiento y confrontación del islamismo radical en la zona del Sahel y en los países del Norte de África. Y facilitando la munición necesaria para que asesinen a guardias civiles en Afganistán.
Tras la primera derrota en los tiempos modernos de un ejército europeo en el Rif, después de las nuevas capitulaciones ante los secuestradores del Alakrana, el Playa de Bakio y Al Qaeda del Magreb, España está a punto de sufrir otro descalabro ante la banda terrorista ETA, años después de que hubiera perdido su capacidad operativa y no constituya ni una sombra de lo que fue. Con Rodríguez Zapatero en el poder todo es posible. Como el Cid Campeador pero a la inversa, los terroristas vascos, están a punto de ganar una batalla después de muertos sin otro título que esgrimir que su condición de asesinos sin piedad.
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