Cuando llegó por primera vez al Europarlamento en enero pasado con su alforja llena de baratijas, dispuesto a vender a Europa su política de «economía sostenible» para los próximos 25 años y su «coche a pilas», convencido de que él solito iba a revolucionar los esquemas productivos de la economía europea hacia un modelo más innovador, productivo y «humano» desde el punto de vista económico, social y medioambiental, muchos parlamentarios europeos se preguntaron de dónde había salido aquel individuo que pretendía dar lecciones a todo el mundo.
Pocos sabían que meses antes, con la audacia de los imprudentes, con el desparpajo de las tarambanas, la secretaria de Organización del PSOE Leire Pajín había definido como un acontecimiento histórico de alcance planetario que a ambos lados del Atlántico, Barack Obama y José Luis Rodríguez Zapatero lideraran al mismo tiempo Estados Unidos y la Unión Europea.
Pues bien, el 6 de julio pasado, ese PNN de la Universidad de León ascendido a los altares de la política por otro acontecimiento no menos planetario, la incapacidad del PSOE para hallar un líder presentable tras el regreso a la vida privada de Felipe González, trató de hacer balance en la eurocámara del papel de la presidencia Española de la UE en los seis últimos meses. El inquilino de La Moncloa no pasó el examen y recibió críticas de todo el mundo, desde la derecha y desde la izquierda, salvo su partido.
Tenso, sin dejar de leer un segundo un discurso que llevaba escrito y que aparentemente no le había dado tiempo de repasar por las tonterías e inexactitudes que dijo, el ignaro de León defendió su papel asegurando que había supuesto «el avance sustancial del Gobierno económico» de la UE y asegurando que su semestre ha mostrado «generosidad, altura política y compromiso».
Ocultando que el déficit y la deuda españolas se están disparando exponencialmente debido a su política disparatada de gasto, de derroche a manos llenas, de inversiones no productivas para atajar el crecimiento del paro, Zapatero presumió de que España es «el país que más ha cumplido el Pacto de Estabilidad» frente a otros como Alemania o Francia.
El hombre que hace unas semanas sufrió el mayor «desgarro interior» de su vida, su primera «crisis de identidad» como socialista cuando Barack Obama, Ángela Merkel y Nicolás Sarkozy le llamaron al orden y le dijeron que se olvidara de los coches de pilas ─ una reminiscencia dirían los psiquiatras que siempre le encuentran explicación a todo de una infancia humilde y desgraciada ─ y se dedicara a ejecutar las reformas estructurales necesarias para que España no acabara como Grecia, intervenida y vendiendo las piedras del Partenón, dedicó gran parte de su discurso, sin embargo, a sacar pecho ante el mundo.
Convertido en un político sin carisma, sin credibilidad alguna, el desdén con el que fue tratado por una cámara casi vacía revela, por otra parte, las dificultades para construir una Europa unida desde posiciones ideológicas distintas, con programas diferentes y desde planteamientos contrapuestos.
Como señalé en uno de mis últimos comentarios, desde finales de la II Guerra Mundial, la mayoría de los gobernantes europeos han sido conservadores o liberales y el socialismo ha constituido, mal que le pese a Felipe González, un paréntesis en algunos países como Alemania (Willy Brandt) o Francia (François Mitterrand), cuyas voces generalmente no marcaban la política ni la agenda de la entonces Comunidad Económica Europea.
Aunque la socialdemocracia llegó al poder en la Europa comunitaria poco antes, en 1969 con Willy Brandt (los gobiernos británicos de Clement Attlee o Harold Wilson y otros no contaban en la CEE), fueron muchos los políticos que se dieron cuenta de la imposibilidad de construir un continente unido con unos políticos decididos a incrementar el gasto, el peso del sector público y los impuestos y otros partidarios de la desregulación, la liquidación de las empresas estatales y la libre competencia.
La mayoría de los economistas americanos, desde James Tobin a Milton Friedman, ya fallecidos, lo predijeron ya en 2001: «Con 16 políticas fiscales diferentes y unos gobiernos dispuestos a intervenir la economía y a gastar y otros a hacer lo contrario, la Europa del Euro no tiene futuro». «Es imposible hacer una comunidad mezclando agua y aceite porque son elementos que por su estructura molecular nunca podrán fusionarse», señaló por esas fechas un político conservador italiano. Y siempre ha sido así. Cuando Gran Bretaña entró en la UE, el líder del Partido Laborista Tony Blair, tuvo que recortar en gran parte su política (The Third Way), porque en Europa mayoritariamente conservadora no era aceptada y acabó siendo amigo de José María Aznar, uno de los europeistas más convencidos, partidario a ultranza de acabar con las «terceras vías», o cualquier socialismo fabiano o keynesiano, por muy apoyado que estuviera por Anthony Giddens y la prestigiosa London School of Economics.
CON VEINTISIETE POLITICAS FISCALES DIFERENTES Y UNOS PAISES DECIDIDOS A GASTAR Y FOMENTAR LA INTERVENCIÓN DEL ESTADO Y OTROS PARTIDARIOS DE HACER LO CONTRARIO, EL FUTURO DE UNA EUROPA UNIDA EMPIEZA A ESTAR EN CUESTIÓN
Con este precedente a Zapatero siempre le cabía la posibilidad de escarmentar en cabeza ajena. Pero como le daba y le da urticaria oír hablar de recortar gastos, reducir el número de los funcionarios y adaptar los costes unitarios laborales a la media europea, decidió poner a España en manos de los sindicatos, del sindicato de la ceja, y echarse a dormir pensando que no hay mal que cien años dure. Y así le fue al país: su etapa al frente de la UE puede calificarse como el mayor desastre de la historia en las relaciones de España con los países comunitarios, a donde quiso llevar el uso de las energías renovables ─ hasta diez veces más caras que las convencionales ─ y otras paparruchas y diversiones que acabaron en el cesto de los papeles comunitario. Y es que el PNN de León no sirve siquiera para llevar a Europa los recados del lobby español de las renovables, mediante el cual algunos neoliberales socialistas pretenden hacerse ricos con las subvenciones del Estado.
Según pública El Mundo los socialistas europeos apoyaron la gestión española, pero la mayoría de los eurodiputados, de izquierda a derecha, atacaron la falta de liderazgo o la irrelevancia en el semestre, aunque reconocieron las dificultades de meses marcados por la crisis y la transición institucional. Alexander Lambsdorff, líder de los liberales, describió la decepción de su grupo con el fútbol, que usó como referencia. El líder de los socialistas, el alemán Martín Schulz, también recordó el partido de mañana Alemania-España, que dijo celebrará con Ángela Merkel sin piedad. El líder verde, Daniel Cohn-Bendit, aseguró estar «sorprendido» porque Zapatero y Barroso presumieran haber «cumplido las expectativas». El conservador británico Timothy Kirkhope describió la Presidencia como «poco inspirada». El popular Mario Mauro alabó la España de «Del Bosque, Casillas, Villa» en contraposición a la del Gobierno español. El popular italiano describió el semestre «vacío de contenido». Varios europarlamentarios hablaron de «oportunidades perdidas». Jaime Mayor Oreja criticó la «falta de previsión» ante la crisis y recordó que Zapatero «no estaba en condiciones de participar en el liderazgo» en Bruselas porque «se había convertido en parte del problema». Izaskun Bilbao, del PNV, dijo que al presidente le falta «autoridad» por «los pésimos datos de España» y «la improvisación» en la crisis o la gestión de la orden europea de protección de víctimas del mal trato. Willy Meyer, de IU, se quejó de que la Presidencia haya ayudado a «desmontar el modelo social». «En el mejor de los casos, esta Presidencia ha resultado tristemente irrelevante», dijo Luis De Grandes, líder del PP en el Parlamento. Los catalanes del grupo verde Raúl Romeva y Oriol Junqueras aprovecharon para hacer referencias a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto. Junqueras incluso aseguró que el Gobierno Zapatero es «un excelente ejemplo didáctico» de por qué Cataluña quiere constituirse «como un Estado dentro de la UE». Francisco Sosa Wagner, eurodiputado del UPyD, se alegró sólo de que el turno español signifique el final de las Presidencias de turno.
Tras un europarlamento que parecía salir de un mal suelo, de una pesadilla, sólo faltó que alguien le dijera «Zapatero, go home», una frase que es probable que incluso tomara por un halago o un gesto de cortesía. Porque cuando a comienzos de la década de los setenta, coincidiendo con la Guerra del Vietnam y el excesivo intervencionismo americano en el exterior, algunos escribíamos en las paredes de las universidades su equivalente «Yankees, go home», el PSOE estaba desaparecido.
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