Como no había forma de plantear una estrategia común de lucha para romper el Estado en mil pedazos, Garaikoetkea asegura que llevaba siempre el asunto al terreno del absurdo.
─ Y si por alguna casualidad, ¿a los catalanes os dan la independencia? ¿Os negaréis a aceptarla también?
─ Pues si nos la dan la cogemos ─ repicaba Pujol.
Pues bien, no fue la banda terrorista Terra Lliure, no fue Convergencia i Unió, no fue Ezquerra Republicana de Cataluña, no fue Omnium Cultural, ese grupo de estudios separatista que se paga con dinero de los espa-ñoles. Fue un desertor del arado andaluz, uno de esos «aceituneros altivos» con los suyos, con los de su propia sangre e ideología, que cantaba Paco Ibáñez (« ¿aceituneros altivos? Pero hay algún andaluz altivo», decía el presidente del EBB, Juan Ajuriaguerra, en plan racista); fue, decía, un individuo con aspecto de labriego desaliñado, incómodo en su ropa de domingo en que puso los cimientos para la independencia de Cataluña. Como presagiaba Garaikoetxea, el sábado 11 de julio de 2010 (a punto de cumplirse el aniversario del fusilamiento de José Calvo Sotelo, el gran defensor de la unidad de España) José Montilla Aguilera, nacido en Iznájar (Córdoba) el 15 de enero de 1955 le puso en bandeja a la desmembración de España, a los descendientes ideológicos de Enric Prat de la Riva y Pau Clarís.
Como dirigente del Partido Socialista, un grupo político de orden y de ámbito nacional, y como primera autoridad del Estado en Cataluña tenía el deber ineludible de frenar el crecimiento del separatismo como lo hizo en su etapa de ministro de Industria entre 2004 y 2006 presentando 65 enmiendas al Estatuto de Cataluña. Nombrado molt honorable presidente de la Generalitat tras las elecciones del 1 de noviembre de 2006, ayer hizo todo lo contrario. Situándose en clara rebeldía y desobediencia frente a las autoridades del Estado, a las que se supone representa en Cataluña, se subió al carro del separatismo y, al igual Pancho Villa y Emiliano Zapata, los revolucionarios de opereta mexicanos, se puso al frente de una manifestación para impedir por la fuerza el cumplimiento de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto.
Y le ocurrió lo que tenia que pasar. Su indumentaria, sus manos callosas contar tantos billetes como gana su mujer y su aspecto de labriego andaluz sin pasar siquiera por la LOGSE lo delataron. Un grupo de exaltados de Omniun Cultural le plantó cara y tuvo que salir huyendo en volandas para acabar escondiéndose como un facineroso cualquiera en la consejería de Justicia de la Generalitat, entre los silbos, abucheos de los separa-tistas quienes le increpaban:
─ ¡Botifler!, ¡Botifler! (Traidor, traidor)
Tuvo la suerte de salir de la marcha en contra de España, que el mismo había provocado, sin recibir media docena de coscorrones o capirotazos, que tampoco le hubieran venido mal para aclararle las ideas de con quién se juega los cuartos. Y es que el tal Montilla, españolista cuando estaba en el ministerio de Industria y catalanista meses después, tornadizo como un camaleón y veleta de la política toda si vida, ignora que para muchos catalanistas separatistas, por muchos actos o autos de fe separatistas que haya hecho, por mucho que la mona se haya vestido de seda es un charnego medio analfabeto. Cuando se nace destripaterrones y no se hace nada por adquirir una formación cultural e intelectual mínima, no se tienen dos dedos de frente, y se actúa en política poniéndose a favor del viento que sopla, es muy difícil engañar a todo el mundo todo el tiempo, en todo momento y circunstancia.
Antes de haberse unido a los traidores a la nación española, José Luis Rodríguez Zapatero y José Montilla deberían leer a los suyos y aprender de sus clásicos. Desde Francisco Largo Caballero, Julián Besteiro, Julián Zugazagoitia, Wenceslao Carrillo, Juan Negrín hasta Indalecio Prieto. En algún punto de la historia de España, todos ellos cometieron las mismas veleidades y también lo pagaron caro: en el Pacto de San Sebastián se conchabaron con los nacionalistas catalanes para traer la República y luego tuvieron que ir corriendo a Barcelona a impedir que se proclamara la República Catalana. El 20 de septiembre de 1936, firmaron un acuerdo con el PNV para poner al Eusko Gudarostea (Ejército Vasco, pero en realidad las milicias del PNV) al lado de la República en la Guerra Civil y de ello se arrepentirían para siempre.
«El Frente Norte ─escribiría con amargura Largo Caballero durante la guerra ─ se puede dividir en cuatro, todos enemigos del Gobierno Central, pero enemigos irreconciliables entre ellos: Santander, Bilbao, Astu-rias y Guipúzcoa. Sólo se unían cuando se veían obligados a pedir dinero al Gobierno». Y más tarde, ante las infulas separatistas de José Antonio Aguirre, añadiría: «El separatismo. Esa es mi tremenda desgracia y la de España en aquella región. ¿Cómo imponer disciplina al Ejército Vasco? ¿Encarcelándo?».
Documentos por el estilo los hay a centenares de puño y letra de Prieto, Francisco Llano de la Encomienda, Mariano Gamir Ulibarri, Ramón María Aldasoro, Alfredo Prada Vaquero, Toribio Martínez Cabrera, Julián Zugazagoitia, Manuel Chiapuso, Galo Díez, Manuel Azaña, Niceto Alcalá-Zamora y medio centenar más de políticos y militares del Frente Popular, quienes relatan con distintas palabras la aspiración unánime de los separatismos periféricos obsesionados en crear sus propios estados independientes del resto de España en plena Guerra Civil, aún a costa de que el Frente Popular perdiera la Guerra.
«Yo no me sumaré por nada del mundo a nada que quebrante la unidad de España. No se sumaré a nada que contribuya a despedazar a España; por ningún motivo, absolutamente por ninguno. La actitud de éstos [nacionalistas] me parece un absoluto error tratar de obligar a los socialistas a declararse partidarios absolutos de la nación vasca».
»Si cualquier movimiento reivindicativo de la democracia en España se mezclara con las aspiraciones separatistas en el País Vasco y en Cataluña, y hasta apuntando la posibilidad de incorporar estos territorios a otra nación, como pretenden Aguirre e Irla [Josep Irla], eso podría determinar la unión de todos los españoles en derredor de Franco. Y a mi hasta me parecería bien: de una dictadura se sale, de un nacionalismo, no».
La decisión definitiva de expulsar a los separatistas se produce el 25 de junio de 1943. Sesenta y siete años después de aquel episodio son José Luis Rodríguez Zapatero, Pascual Maragall, Patxi López y José Montilla quienes ponen al PSOE en manos de los separatistas y acaudillan la rebelión en contra de España.
Sin un Felipe González, un José María Maravall, un Javier Solana o cualquier intelectual del partido decidido a cortar por lo sano y a echar a los «vendepatrias», a cortar de raíz las veleidades de Pascual Maragall, Patxi López o José Montilla, los intentos del socialismo de convertirse en una fuerza centrifuga y disgregadora continúan consolidándose e imponiéndose en contra de toda lógica. De no cambar los socialistas el rumbo dentro de unos años veremos a sus dirigentes mendigando por las esquinas. Porque si quien siembra odios recoge tempestades, aquellos que demuestran una «fe ciega en el nacionalismo y se colocan a su socaire», en el momento en que CiU o Ezquerra tengan la mayoría absoluta acabaran expulsados a patadas de Cataluña y enviados de nuevo a cultivar berzas en Iznájar, de donde un debió salir nunca.
Con lo que aquella absurda profecía de Carlos Garaikoetxea de que la independencia, como el maná, podía llover del cielo, podría hacerse realidad si las urnas no barren del mapa antes a José Luis Rodríguez Zapatero y a todo su séquito de vascos y catalanistas separatistas.
─ Y si por alguna casualidad, ¿a los catalanes os dan la independencia? ¿Os negaréis a aceptarla también?
─ Pues si nos la dan la cogemos ─ repicaba Pujol.
Pues bien, no fue la banda terrorista Terra Lliure, no fue Convergencia i Unió, no fue Ezquerra Republicana de Cataluña, no fue Omnium Cultural, ese grupo de estudios separatista que se paga con dinero de los espa-ñoles. Fue un desertor del arado andaluz, uno de esos «aceituneros altivos» con los suyos, con los de su propia sangre e ideología, que cantaba Paco Ibáñez (« ¿aceituneros altivos? Pero hay algún andaluz altivo», decía el presidente del EBB, Juan Ajuriaguerra, en plan racista); fue, decía, un individuo con aspecto de labriego desaliñado, incómodo en su ropa de domingo en que puso los cimientos para la independencia de Cataluña. Como presagiaba Garaikoetxea, el sábado 11 de julio de 2010 (a punto de cumplirse el aniversario del fusilamiento de José Calvo Sotelo, el gran defensor de la unidad de España) José Montilla Aguilera, nacido en Iznájar (Córdoba) el 15 de enero de 1955 le puso en bandeja a la desmembración de España, a los descendientes ideológicos de Enric Prat de la Riva y Pau Clarís.
Como dirigente del Partido Socialista, un grupo político de orden y de ámbito nacional, y como primera autoridad del Estado en Cataluña tenía el deber ineludible de frenar el crecimiento del separatismo como lo hizo en su etapa de ministro de Industria entre 2004 y 2006 presentando 65 enmiendas al Estatuto de Cataluña. Nombrado molt honorable presidente de la Generalitat tras las elecciones del 1 de noviembre de 2006, ayer hizo todo lo contrario. Situándose en clara rebeldía y desobediencia frente a las autoridades del Estado, a las que se supone representa en Cataluña, se subió al carro del separatismo y, al igual Pancho Villa y Emiliano Zapata, los revolucionarios de opereta mexicanos, se puso al frente de una manifestación para impedir por la fuerza el cumplimiento de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto.
Y le ocurrió lo que tenia que pasar. Su indumentaria, sus manos callosas contar tantos billetes como gana su mujer y su aspecto de labriego andaluz sin pasar siquiera por la LOGSE lo delataron. Un grupo de exaltados de Omniun Cultural le plantó cara y tuvo que salir huyendo en volandas para acabar escondiéndose como un facineroso cualquiera en la consejería de Justicia de la Generalitat, entre los silbos, abucheos de los separa-tistas quienes le increpaban:
─ ¡Botifler!, ¡Botifler! (Traidor, traidor)
Tuvo la suerte de salir de la marcha en contra de España, que el mismo había provocado, sin recibir media docena de coscorrones o capirotazos, que tampoco le hubieran venido mal para aclararle las ideas de con quién se juega los cuartos. Y es que el tal Montilla, españolista cuando estaba en el ministerio de Industria y catalanista meses después, tornadizo como un camaleón y veleta de la política toda si vida, ignora que para muchos catalanistas separatistas, por muchos actos o autos de fe separatistas que haya hecho, por mucho que la mona se haya vestido de seda es un charnego medio analfabeto. Cuando se nace destripaterrones y no se hace nada por adquirir una formación cultural e intelectual mínima, no se tienen dos dedos de frente, y se actúa en política poniéndose a favor del viento que sopla, es muy difícil engañar a todo el mundo todo el tiempo, en todo momento y circunstancia.
VER VAPULEADO A MONTILLA POR UN GRUPO DE INDESEABLES SEPARATISTAS FUE AL MENOS UN MÍNIMO CONSUELO PARA LOS QUE CREEMOS EN LA UNIDAD DE ESPAÑAPor eso, Montilla, acostumbrado a sembrar vientos, recogió ayer tempestades, algo que al menos fue un mínimo consuelo para centenares de miles de españoles de bien, que viven, disfrutan y vibran con la nación española y se sienten partícipes de un proyecto común y compartido; más estos días en que la Selección Nacional de Fútbol, defiende nuestros colores en Johannesburgo, y se han estremecido de alegría también al ver al tal Montilla zarandeado y vapuleado por los que él, en su supina ignorancia, consideraba los suyos.
Antes de haberse unido a los traidores a la nación española, José Luis Rodríguez Zapatero y José Montilla deberían leer a los suyos y aprender de sus clásicos. Desde Francisco Largo Caballero, Julián Besteiro, Julián Zugazagoitia, Wenceslao Carrillo, Juan Negrín hasta Indalecio Prieto. En algún punto de la historia de España, todos ellos cometieron las mismas veleidades y también lo pagaron caro: en el Pacto de San Sebastián se conchabaron con los nacionalistas catalanes para traer la República y luego tuvieron que ir corriendo a Barcelona a impedir que se proclamara la República Catalana. El 20 de septiembre de 1936, firmaron un acuerdo con el PNV para poner al Eusko Gudarostea (Ejército Vasco, pero en realidad las milicias del PNV) al lado de la República en la Guerra Civil y de ello se arrepentirían para siempre.
«El Frente Norte ─escribiría con amargura Largo Caballero durante la guerra ─ se puede dividir en cuatro, todos enemigos del Gobierno Central, pero enemigos irreconciliables entre ellos: Santander, Bilbao, Astu-rias y Guipúzcoa. Sólo se unían cuando se veían obligados a pedir dinero al Gobierno». Y más tarde, ante las infulas separatistas de José Antonio Aguirre, añadiría: «El separatismo. Esa es mi tremenda desgracia y la de España en aquella región. ¿Cómo imponer disciplina al Ejército Vasco? ¿Encarcelándo?».
Documentos por el estilo los hay a centenares de puño y letra de Prieto, Francisco Llano de la Encomienda, Mariano Gamir Ulibarri, Ramón María Aldasoro, Alfredo Prada Vaquero, Toribio Martínez Cabrera, Julián Zugazagoitia, Manuel Chiapuso, Galo Díez, Manuel Azaña, Niceto Alcalá-Zamora y medio centenar más de políticos y militares del Frente Popular, quienes relatan con distintas palabras la aspiración unánime de los separatismos periféricos obsesionados en crear sus propios estados independientes del resto de España en plena Guerra Civil, aún a costa de que el Frente Popular perdiera la Guerra.
TRAS LA GUERRA CIVIL VASCOS Y CATALANES INTENTARON ABDUCIR AL PSOE Y CONVERTIRLO A LA FE NACIONALISTA. PRIETO SE NEGÓ A ELLO Y ESCRIBIO EN ADELANTE Y EXCELSIOR QUE PREFERÍA HACERSE FRANQUISTAPero ahí no acabó la cosa. Vascos y catalanes, aún después de ser derrotados por las armas de Franco, cuando ni siquiera aspiraban a regresar a corto o medio plazo a España, cuando no tenían nada que repartirse, si-guieron con sus disputas con comunistas y socialistas durante todo el exilio. Así, el 29 de junio de 1943 el diario mexicano Excelsior informaba de una operación del PNV de abducir al PSOE en el exilio, obligando a sus dirigentes a firmar una adhesión inquebrantable «una profesión de fe ciega nacionalista» a la llamada «Nación Vasca y al Gobierno de Euskadi». Ante el intento de rebelión de sus militantes y dirigentes, ante tamaña barbaridad, Indalecio Prieto reunió el Círculo Pablo Iglesias de la capital azteca, expulsó al dirigente Santiago Aznar y a algunos otros miembros díscolos y detuvo el conato de insubordinación. A los pocos días replicó a los nacionalistas en los periódicos Adelante y Excelsior.
«Yo no me sumaré por nada del mundo a nada que quebrante la unidad de España. No se sumaré a nada que contribuya a despedazar a España; por ningún motivo, absolutamente por ninguno. La actitud de éstos [nacionalistas] me parece un absoluto error tratar de obligar a los socialistas a declararse partidarios absolutos de la nación vasca».
»Si cualquier movimiento reivindicativo de la democracia en España se mezclara con las aspiraciones separatistas en el País Vasco y en Cataluña, y hasta apuntando la posibilidad de incorporar estos territorios a otra nación, como pretenden Aguirre e Irla [Josep Irla], eso podría determinar la unión de todos los españoles en derredor de Franco. Y a mi hasta me parecería bien: de una dictadura se sale, de un nacionalismo, no».
La decisión definitiva de expulsar a los separatistas se produce el 25 de junio de 1943. Sesenta y siete años después de aquel episodio son José Luis Rodríguez Zapatero, Pascual Maragall, Patxi López y José Montilla quienes ponen al PSOE en manos de los separatistas y acaudillan la rebelión en contra de España.
Sin un Felipe González, un José María Maravall, un Javier Solana o cualquier intelectual del partido decidido a cortar por lo sano y a echar a los «vendepatrias», a cortar de raíz las veleidades de Pascual Maragall, Patxi López o José Montilla, los intentos del socialismo de convertirse en una fuerza centrifuga y disgregadora continúan consolidándose e imponiéndose en contra de toda lógica. De no cambar los socialistas el rumbo dentro de unos años veremos a sus dirigentes mendigando por las esquinas. Porque si quien siembra odios recoge tempestades, aquellos que demuestran una «fe ciega en el nacionalismo y se colocan a su socaire», en el momento en que CiU o Ezquerra tengan la mayoría absoluta acabaran expulsados a patadas de Cataluña y enviados de nuevo a cultivar berzas en Iznájar, de donde un debió salir nunca.
Con lo que aquella absurda profecía de Carlos Garaikoetxea de que la independencia, como el maná, podía llover del cielo, podría hacerse realidad si las urnas no barren del mapa antes a José Luis Rodríguez Zapatero y a todo su séquito de vascos y catalanistas separatistas.
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