En el verano de 1968, mientras París vive convulsionado por los efectos del «mayo francés», en la carretera que va desde Beasain a Navarra, a su paso por la sierra de Urbasa, explota una bomba bajo un puente y provoca un fuerte socavón en la calzada.
La XV Etapa de la Vuelta Ciclista a España, patrocinada por el periódico El Correo Español-El Pueblo Vasco, que debe pasar minutos después por el lugar, tiene que ser suspendida ese día.
Desde Villa Izarra, su refugio clandestino en Bayona, el ex secretario de Defensa del Gobierno vasco en el exilio, Joseba Rezola, reivindica la acción en nombre de Eusko Gastedi Indarra (EGI), las juventudes del PNV. «Como epílogo al boicot decretado por el PNV contra El Correo Español-El Pueblo Vasco, organizador de la Vuelta Ciclista a España, un comando de EGI hizo explotar una potente carga de dinamita bajo un puente, en Urbasa, a 65 kilómetros de Pamplona», afirma en un comunicado
Por esa época, la obsesión del nacionalismo por hacer la vida imposible a Franco y a su régimen es tal que en una de sus visitas a Bilbao, han intentado envenenar los toros, para que el Caudillo no pueda asistir a corrida. Paralelamente, los planes para volar el yate Azor, fondeado en la playa de La Concha de San Sebastián se suceden sin éxito un año tras año.
Los pequeños atentados, hasta entonces, los realizan los nostálgicos de la Guerra Civil que pretenden revivir sus años de juventud colocando explosivo plástico en los monumentos del franquismo, especialmente la estatua del general Emilio Mola Vidal en Pamplona, la primera en ser dinamitada.
Una nueva generación de violentos, sin embargo, vienen abriéndose paso. Los militantes de Eusko Gastedi Indarra, lo que traducido al castellano vendría a ser Fuerza Joven Vasca, algo así como las juventudes hitlerianas de Blas Piñar pero con boina están más decididos que nunca a echarse al monte para que ETA no les corte la hierba bajo los pies al partido de Sabino Arana. Así lo hacen saber, para general conocimiento, en Gudari (soldado vasco), su órgano de expresión.
PREVIAMENTE HABÍAN SIDO LOS CHICOS DE EUSKO GASTEDI INDARRA, QUE QUIERE DECIR FUERZA JOVEN VASCA, ALGO ASÍ COMO LAS JUVENTUDES HITLERIAS DE BLAS PINAR PERO CON BOINA, LOS ENCARGADOS DE PONER LAS BOMBAS
En el número correspondiente a abril de 1968 abogan por ir a la lucha armada «ahora que la patria está sojuzgada». «El ocupante debe saber esto: nuestro pueblo tiene derecho a la vida como otro pueblo de la tierra. Pero si así no lo entiende el genocida que hoy es Franco y mañana puede ser cualquier otro, bajo otro sistema, el brazo de la juventud vasca se armará y saldrá a luchar como la generación del 36»
Al año siguiente, el 6 de marzo de 1969, con motivo del Aberri Eguna, el PNV quiere hacerse oír. Dos terroristas que manipulan una carga dentro de un coche en el kilómetros dos de la carretera entre Ostiz y Ciaurriz en el valle de Ulzama quedan destrozados. Se trata de Jokin Artajo Gurro y Alberto Azurmendi Arana. Iban a volar la estatua del general Sanjurjo en Pamplona. Ni el Gobierno Vasco por medio de Eusko Deya ni el PNV a través de Alderdi reconocieron nunca que los muertos eran militantes de su sección juvenil, EGI.
El 22 de junio de 1969 el PNV afirma en su boletín interno. «Reconocemos la legalidad de la lucha violenta contra el estado español actual y, en general, contra cualquier forma de gobierno basado en la –violencia y el terrorismo». Sin embargo, es pura retórica. Tras la muerte de Artajo y Azurmendi los pistoleros del PNV deciden arriar los pendones y enfundar las viejas pistolas de la guerra civil, herencia de sus padres o de sus abuelos. Un grupo de irreductibles, entre 250 y 500 pistoleros según las diversas fuentes, se pasan en bloque a ETA, tras una serie de reuniones celebradas en el monte Urbasa entre el dirigente de la banda armada Jon Idígoras Zenarruzabeitia y José Ignacio Múgica Arregui, Ezkerra, un militante de EGI que había seguido por su cuenta colocando bombas.
De esta manera, los pistoleros vascos, diezmados por las caídas de 1968 y 1969 y por el consejo de Guerra de Burgos de 1970 (año en el que ETA prácticamente inexistente adquiere resonancia mundial por las penas de muerte que se piden), se rehacen no tan milagrosamente como se ha escrito y resucitan el «negocio de la muerte».
Como los terroristas consideran que el País Vasco no es España, cada verano la Vuelta Ciclista es uno de sus habituales objetivos. «Colocábamos algún petardo en su recorrido y eso nos servía de propaganda debido a la cantidad de periodistas extranjeros que acudían a seguir la veintena larga de etapas programadas», recuerda uno de los activistas de entonces.
El paso definitivo para impedir que transcurra por Álava, Vizcaya, Guipuzcoa y Navarra se da en 1980. El sábado 4 de octubre las cosas cambian. ETA considera que ya cuenta con suficiente publicidad y que, en lugar de provocar un socavón en la calzada, hay que hacer algo más «sonado» con el fin de «liberar» Euskadi de cualquier deporte foráneo que no sea la pelota vasca, las traineras o el corte de troncos.
Les ha convencido de ello el cura de Salvatierra (Álava), Ismael Arrieta Pérez de Mendiola, quien un mes antes se había entrevistado con la dirección de la banda armada para organizar el atentado. El curita, que ocultaba una pistola en el misal, sabe que el 4 de octubre, coincidiendo con las fiestas patronales, la Vuelta Ciclista se iniciará en Salvatierra y discurrirá por la antigua carretera Vitoria-Pamplona.
Según la información que ha recabado en el cuartelillo de la Guardia Civil, varios agentes de la Agrupación de Tráfico, desconocedores de la zona, se trasladarán ese día a la localidad para regular el paso de vehículos y encabezar la marcha.
Convencidos de que un golpe contra la Benemérita puede ser de gran importancia, ETA desplaza a Salvatierra a dos comandos de los que forman parte Ignacio Arakama Medía, Makario, María Arrate Riallos, Juan María Aguirre Ugartemendía, Manuel Aristimuño Mendizábal Kike y otros.
Con la bendición del cura-párroco, un individuo que pensaba que el cielo se ganaba enviando anticipadamente las almas de los «enemigos españoles» a San Pedro, los terroristas reconocen durante días el terreno y planifican con todo detalle la acción desde un chalet de las inmediaciones. Así, el 4 de octubre, mientras la villa luce sus mejores galas festivas, la banda armada asesina a los guardias civiles Ángel Prado Mella, a Avelino Palma Brios y a José Luis Vázquez Plata. Los terroristas actúan con tal saña que dos de las víctimas, tras recibir una primera ráfaga mortífera, son rematadas otras tres veces en el suelo.
EL CURA DE SALVATIERRA FUE DETENIDO, DESNUDO, UNA NOCHE POR LA GUARDIA CIVIL MIENTRAS PRACTICABA EL KAMASUTRA CON UNA PARROQUIANA SIGUIENDO UNA ANCESTRAL COSTUMBRE VASCA QUE AFIRMA QUE EL CLERO PODIA TENER BARRAGANA.
La orden de intervención, que no ha pasado desapercibida a algunos vecinos, la ha dado el cura Ismael Arrieta haciendo un gesto con la mano para señalar el lugar en que se encontraban, junto a sus motos, los agentes de la Agrupación de Tráfico. Fue él, especialmente, quien más se opuso posteriormente a que las fiestas se suspendieran en señal de luto, pese al dolor y la desolación que se vivía en el cuartel, donde se velaban los cadáveres.
Y el que, enarbolando su condición de hombre de paz, acudió al recinto no a dar el pésame a los familiares de los agentes muertos ni a rezar un responso por ellos. Lo hizo para exigir a los agentes de información del Cuerpo, que acababan de detener a algunos de los asesinos, que no les tocaran un pelo ni los maltrataran. «Si lo hicierais, llegará el día en que la ira de Dios y el odio y la justicia de los hombres caerá como una maldición sobre vosotros», les dijo a los especialistas en la lucha antiterrorista encargados de los interrogatorios, con los cadáveres de sus compañeros aun calientes al lado.
El 30 de marzo de 1983, el sacerdote es detenido en la casa-parroquial por las Unidades Rurales Antiterroristas (UAR) de la Guardia Civil que echan de improviso la puerta abajo. El supuesto representante de Cristo en la tierra se encontraba, en esos momentos, como su padre lo trajo al mundo pero un poco más crecidito. No estaba rezando el Evangelio según San Mateo ni pidiendo por las almas de sus feligreses. Cuando los agentes miraron bajo la cama se encontraron ¡oh sorpresa! con una parroquiana tumbada bajo el colchón, a la que no se sabe cómo se le había caído toda la ropa al suelo.
Como relato en mi libro ETA, el secuestro de Euskadi y otros que algún día verán la luz, no es que la piadosa señora hubiera cambiado los Santos Evangelios por el Kamasutra sino que había sido persuadida por el sacerdote de que fuera su concubina, siguiendo una piadosa y ancestral costumbre vasca, vigente hasta el siglo XVIII, de que los hombres de Dios podían tomar barragana siempre que respetaran a las demás mujeres del pueblo so pena de arrancarle las orejas a nivel del casco antes de empalarlos, según aparecía en algunos fueros.
Detenido y encarcelado, Ismael Arrieta Pérez de Mendiola, quedó en libertad condicional por falta de pruebas. Tras pasar 21 años en libertad, el 27 de mayo de 2002, se dictó de nuevo orden de prisión en su contra. Varios etarras extraditados por Francia le hacían responsable del atentado en grado de «colaborador necesario» con banda armada. Como las almas cándidas, por entonces el sacerdote había dejado la sotana y la sacristía y andaba por Francia persiguiendo mademoiselles para enseñarles el quinto y sexto mandamientos. Y presumiendo de que él había acabado con el paso por el País Vasco de la Vuelta Ciclista a España hace ahora 30 años. Esperemos que el próximo año, una vez normalizada parcialmente la situación en aquella comarca apartada, con el permiso de ETA, se pueda reestablecer como pretende el Gobierno vasco.
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