Monday, August 2, 2010

ABRAHAM LINCOLN, LA PARÁBOLA DE LA «CASA DIVIDIDA» Y LOS NACIONALISMOS SEPARATISTAS


Los territorios sudistas apelaban continuamente a ejercer el Derecho de los Estados, ese principio según el cual la Unión de los Estados Unidos de América había sido el resultado de un pacto libre de cada Estado con los demás y por consiguiente, según la Constitución los secesionistas tenían la facultad de separarse.
Nacido en una humilde cabaña de Hodgensville (Kentucky) en 1809, hijo de pioneros, abogado en ejercicio, diputado por Illinois, congresista por el recién estrenado Partido Republicano, Abraham Lincoln no pensaba así. Lo dejó claro en 1861 en Springfield (Illinois) donde arrancó su campaña electoral que le llevaría a convertirse en el decimosexto presidente de los Estados Unidos. Allí «Abe» Lincoln pronunció su famoso discurso de la casa dividida.
«Una casa dividida ─ afirmó glosando una frase de la Biblia ─ no puede sostenerse. El Gobierno no puede resistir, de manera permanente, el ser la mitad esclavista y la mitad emancipador. No espero que la Unión se disuelva, no espero que la casa se derrumbe, lo que espero es que cese de estar dividida. Un estado en el coexisten la libertad y la esclavitud no puede perdurar».
Ya en la presidencia de la nación y con tal de evitar una guerra civil, Lincoln llegó a plantear un compromiso con los estados sudistas sobre la esclavitud. Pero se mantuvo firme en el asunto del secesionismo. Según Gore Vidal, uno de sus últimos biógrafos, «costara lo que costara no iba a traicionar la Constitución que había jurado defender, ese pacto que había hecho con Dios de que la nación no sería destruida». Un asunto que le llevaría a enfrentarse a la recién creada Confederación de Estados de América.
En 1978, en los meses previos a la aprobación de la Constitución española, Adolfo Suárez, Xavier Arzalluz, Jordi Pujol y Miquel Roca i Yunyent pactan en La Moncloa dividir el estado en dos comunidades de primera ─ Cataluna y País Vasco─ que recuperarían los supuestos derechos históricos de la Edad Media, cuando aún existían las veguerías y los herrialdes, y estos dos territorios apartados eran regidos con mano de hierro por el veguer o el corregidor del Rey, un señor de horca y cuchillo propio de una Monarquía Absolutista, que impedía cualquier veleidad separatista.
Posteriormente, el referéndum andaluz de la «iniciativa autonómica» del 28 de febrero de 1980 puso las cosas en su sitio. Demostró que todos somos iguales en derechos y libertades y que los españoles no estaban dispuestos a que unos regiones se sintieran por encima de otras. Y vino el «café para todos» con lo que aparentemente se aplacaron los ánimos de la clase política regionalista, a la que unos políticos habían relegado a la segunda división.
Pero, de hecho, no fue así. Y bajo la aparente calma rugía la tormenta. Considerándose agraviados por el resto de los españoles a los que miran por encima del hombro aunque no suelan contarlo; sintiéndose victimas de una secular opresión de los poderes públicos, en una especie de insatisfacción permanente, PNV y CiU no han dejado de reclamar una y otra vez al Gobierno Central el reconocimiento de sus supuestos «derechos históricos» y sus fueros medievales, que no eran otra cosa que el privilegio, la lacerante prerrogativa a ser más que los demás.
UNA CASA DIVIDIDA NO PUEDE SOSTENERSE. NO ESPERO QUE LA UNION SE DISUELVA, NO ESPERO QUE LA CASA SE DERRUMBE, LO QUE ESPERO ES QUE CESE DE ESTAR DIVIDIDA
Obran así como si estuvieran convencidos de que sus viejos mitos le daban la razón. Por extraño que parezca, en el caso de los vascos, por ejemplo, aún hay quien se considera descendiente de Túbal, quinto hijo de Jafet y Nieto de Noé. Que pertenecen a la raza del –RH, destinada a gobernar sobre los hombres mientras que el resto de España es tierra de tiranos, déspotas y malnacidos que han vivido secularmente de «chupar la sangre de catalanes y vascos» y ahora tienen que la de expiar sus pecados políticos y hacerse perdonar continuamente la vida por los separatistas.
Por eso, al llegar al poder José Luis Rodríguez Zapatero se apresuraron a firmar con él un nuevo pacto que permitiera que los estatutos catalán y vasco consagrar a aquellas regiones españolas como naciones «anteriores y superiores» a la española, lo que le permitiría proclamar su soberanía y recobrar el esplendor de finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando Cataluña y Vascongadas representaban el 26 por ciento del PIB.
Fue, en cierta manera, lo que le ocurrió a Lincoln. Tras ser elegido presidente de los Estados Unidos el 6 de noviembre de 1860 el decimosexto presidente del país lo soportó todo antes de declarar la guerra a los estados rebeldes. Desde ver su nombre como presidente de los Estados Unidos en la sección Noticias del Extranjero del Charleston Mercury a observar como un mes más tarde Carolina del Sur proclamara unilateralmente su independencia y arrastraba tras si a una docena más de estados (Alabama, Missisipi, Florida, Georgia, Luisiana, Texas, Virginia, Arkansas, Carolina del Norte y Tennessee).
Lo que no pudo tolerar, como buen patriota, fue que el barco militar encargado de aprovisionar Fort Sumter, un destacamento militar situado en territorio rebelde, fuera cañoneado por el ejército de la Confederación. Disparar contra un navío que portaba la bandera de las estrellas de los Estados Unidos era algo intolerable para los norteamericanos.
Un sentimiento similar debió sentir Miguel Primo de Rivera al informarse de que el 11 de septiembre de 1923, un grupo de exaltados nacionalistas catalanes quemaban la bandera de España. Tres días más tarde daba un golpe de Estado, nombraba un Directorio Militar, y prohibía con mano de hierro el separatismo y los ultrajes a la enseña nacional. Luego vino la Guerra Civil, la dictadura de Franco y otros desastres similares para evitar la balcanización de la península ibérica.
Porque ninguno de los acontecimientos pasados o recientes, como la proclamación autónoma de la independencia de Kosovo el 17 de febrero de 2008, nos resultan extraños a los españoles. Durante la II República, los catalanes proclamaron también unilateralmente la independencia en dos ocasiones: el 14 de abril de 1931 fecha en la que Francesc Macìa implantó la República Catalana como Estado integrante de la Federación Ibérica y el 6 octubre de 1934, etapa en que su sucesor Lluis Companys creó por su cuenta el Estado Catalán y José Antonio Aguirre, en Vascongadas, convirtió la provincia de Vizcaya en Euskadi en plena Guerra Civil.
Aunque Abraham Lincoln perdonó a todos sus enemigos, incluido el presidente sudista Jefferson Davis y el general rebelde Robert E. Lee, no pudo disfrutar de su victoria. Fue asesinado por un actor en el teatro Ford de Washington el 14 de abril de 1865 al tiempo que las tropas enemigas se rendían a las de la Unión. Su pensamiento quedó impreso para la posteridad.
«Hace ocho décadas y siete años, nuestros padres hicieron nacer una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son iguales. Ahora estamos empeñados en una guerra civil que pone a prueba si esta nación puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a consagrar ese campo como último lugar de descanso para los que dieron aquí sus vidas para que esta nación pudiera vivir.
»Pero nosotros no podemos santificar este terreno. Los valientes que lucharon aquí lo han consagrado muy por encima de nuestro poder. Somos nosotros los que debemos consagrarnos a la tarea inconclusa que, los que aquí lucharon, hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Que resolvamos aquí, firmemente, que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, derrote a la tiraría y tenga un nuevo nacimiento a la libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la faz de la Tierra».
El discurso citado, lo pronunció Lincoln en Gettysburg (Pennsylvania), cinco meses después de la mayor batalla entre los dos ejércitos de su país, que dejó el suelo tan lleno de cadáveres que, a partir de entonces, el lugar se declaró cementerio nacional por el Congreso de los Estados Unidos, sin distinción entre los caídos de uno y otro bando.
DOS DICTADURAS MILITARES, UNA GUERRA CIVIL Y LA BALCANIZACIÓN DE EUROPA NO SON ARGUMENTOS SUFICIENTES PARA HACER ENTRAR EN RAZÓN A LOS SEPARATISTAS
Entre tanto, catalanes y vascos siguen sin aprender las lecciones de la historia, la de la propia y la ajena y quieren imponer su tiranía y su esclavitud al resto de los españoles conscientes de que la integración de España en la Unión Europea y la carencia de un ejército de 200.000 hombres les va a permitir salirse con la suya.
La parábola de la «casa dividida» y el discurso de Gettysburg donde Lincoln aseveró que «todos los muertos que aquí yacen son iguales pues vinieron aquí para que esta nación pudiera vivir», revela su talla de estadista y su gran generosidad para con los vencidos lo que le llevo a pedir a la banda militar de la Unión, en más de una ocasión que tocaran «Dixie», la marcha de los confederados «que también es la nuestra porque es nuestro propósito reconstruir el Sur y no arrasarlo».
Parafraseando a Lincoln, PNV y CíU olvidan que «una casa dividida no puede sostenerse, que ningún país puede resistir, de manera permanente», ser la mitad centralista y separatista a la vez y que «para que la nación no se disuelva, para que la casa no se derrumbe, no puede seguir dividida» en dos modelos de estado diferentes y contrapuestos. Eso no puede perdurar.
Por eso José Luis Rodríguez Zapatero y la cuadrilla de políticos vascos y catalanes mediocres, inútiles e indeseables, que le apoyan, jamás le hubieran llegado a la altura de los zapatos al leñador de Springfield, donde está enterrado. Mientras la casa siga dividida y las encuestas revelen que el independentismo alcanza en Cataluña su máximo histórico solo queda una frase por decir: Alea jacta est o, esta otra, ¡Ave Zapatero, morituri te salutant!
Salvo que, de nuevo las palabras del estadista americano o las de otro u otros ("Se puede engañar a todo un pueblo durante algún tiempo. A una parte del pueblo se la puede engañar siempre, peo no se puede engañar siempre a todo un pueblo") saquen a la mayoría de los españoles del letargo y reaccionen antes de que José Luis Rodríguez Zapatero haga imposible el retorno de la nación a la regeneración democrática y a la libertad.

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