Tuesday, October 12, 2010

UN GRUPO DE MANIFESTANTES ABUCHEA A ZAPATERO Y EL REY Y EL PRINCIPE ABRONCAN A LOS PRESUNTOS ALBOROTADORES POR EJERCER SUS LEGÍTIMOS DERECHOS


Es una de las pocas ocasiones que un sector de la opinión pública española, muchos de ellos emparentados con los altos mandos de las Fuerzas Armadas, pueden afear la conducta al presidente del Gobierno. Y, desde hace muchos años, aprovechan el comienzo, el final y los entreactos del Día de la Hispanidad para echarle en cara al Ejecutivo su escasa
Este año la bronca se esperaba mucho más fuerte. Tras la derrota de Trinidad Jiménez en las primaras de Madrid y las declaraciones del presidente de Castilla- La Mancha, José María Barreda, exigiendo a José Luis Rodríguez Zapatero que cambiara de rumbo y tomara «medidas contundentes» o su partido acabará en una «catástrofe electoral», que se marchara a casa y no acudiera a los mítines electorales en su comunidad «para que no le quitara votos», en La Moncloa sabían que iban a caer chuzos de punta en contra del político leonés.
Previendo esa contingencia, el ministerio de Defensa ordenó situar la tribuna de las autoridades lo más lejos posible de la del publico y Rodríguez Zapatero se incorporó al acto como los ladrones: por la puerta de atrás, sin ser anunciado, sin hacer ruido, caminando por un lateral de la Castellana para situarse de hurtadillas en el lugar habilitado para la primera autoridad civil de la nación.
Pero ni aún así se libró de las reprimendas del público. Aunque su presencia pasó desapercibida durante 20 minutos, en el momento en que los altavoces situados a lo largo del recorrido del desfile anunciaron que el «fugitivo» presidente del Gobierno había bajado del estrado a saludar a los Reyes de España, que acababan de llegar, la multitud prorrumpió en fuertes gritos de desaprobación, que Televisión Española trató, como siempre, de ocultar con música de fondo, y difundiendo sonido de ambiente del otro extremo de la marcha.
─ ¡Zapatero, fuera! ¡Zapatero, dimisión!
Es lo menos que se podía esperar un individuo que aborrece al Ejército, que maltrata a sus jefes y oficiales rebajándolos a la condición de bomberos, y que tiene el descaro y la osadía de nombrar a Carmen Chacón, una socialista catalana, más próxima al separatismo que a la unidad nacional, ministra de Defensa.
Y para más mofa y befa hacia quienes tienen el alto honor de defender la unidad de la patria y derramar hasta su última gota de sangre en contra de las ideas que representa la susodicha ministra y sus compañeros de partido José Montilla, Celestino Corbacho y otros, lo hace cuando ésta se encuentra embarazada de ocho meses, como si el ministerio fuera una «maternidad» donde se colocan pañales y se dan biberones.
A los reyes de España y al Príncipe Felipe, obviamente, no les gustaron los insultos y las descalificaciones de un grupo de españoles al presidente del Ejecutivo. Al parecer, se encontraban molestos porque se hubiera abucheado a Rodríguez Zapatero aprovechando su presencia en un acto solemne como es el Día de la Hispanidad.
Sospecho que, por las mismas razones, a la Corona tampoco le habrá agradado que poco antes de comenzar el desfile, el alcalde de Madrid Alberto Ruiz Galardón, con un semblante muy serio, cara de pocos amigos, y en un tono muy áspero le hubiera reprochado al presidente del Gobierno que se haya limitado el acceso al crédito a los ayuntamientos más endeudados de España, como Madrid.
¿ POR QUÉ SE IMPLICA LA MONARQUÍA CON RODRÍGUEZ ZAPATERO CUANDO NO LO HA HECHO ANTES, EN SITUACIONES MÁS GRAVES Y EN CIRCUNSTANCIAS MÁS ADVERSAS?
Los gritos de desaprobación al Gobierno, que yo recuerde, se han venido produciendo año tras otro (con Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero) sin que la Monarquía haya tomado partido hasta el día de hoy por uno de sus primeros ministros.
Ni siquiera lo han hecho en momentos más graves y en circunstancias más adversas. Por ejemplo cuando en 1981, en un acto de humillación evidente, el Ejército sentó al Gobierno en pleno, presidido por Calvo Sotelo, en sillas de tijeras en Zaragoza con motivo del desfile de las Fuerzas Armadas.
Por eso, la intervención de Juan Carlos y Felipe de Borbón, cuya mayor virtud debería ser la mesura en el ejercicio del papel moderador de las instituciones que les corresponde, ha sido interpretada por algunos como una salida de tono encaminada a echar un capote a un gobernante que ha demostrado en los últimos días que es incapaz hasta de poner orden entre los suyos, cuya alocada carrera política avanza meteóricamente hacia su fin, más cerca de lo que la mayoría de sus acólitos creen.
Unir la Corona al destino de un perdedor, que por otra parte ha reducido el presupuesto de las Fuerzas Armadas a límites de supervivencia mientras aumenta la partida de gastos reservados encaminada a pagar a los mediadores de ETA y a los terroristas de Al Qaeda del Magreb para no tener que asumir las responsabilidades de un gobernante, no es bueno ni para la Jefatura del Estado ni para España.
Cualquier grupo descontento está en el legítimo derecho a abuchear a José Luis Rodríguez Zapatero cuantas veces quiera, especialmente tras la catastrófica situación en que se halla el país. Y los reyes no deberían abroncar a esos manifestantes por ejercitar un derecho constitucional, salvo que quieran exponerse a que se les tilde de tomar partido el favor del PSOE y su cuadra de pencos y zopencos.

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